¿Que es Brano?

Hace algún tiempo, cuando la ciudad en que vivía se fue deshojando, sentí el impulso de migrar. Fue un corte limpio, sin mirar atrás. Sentí el jalón del globo que se libera desatándose del custodio. Al poco andar constate que mi viaje se tornaba cada vez más invisible, a pesar de la celeridad comencé a detenerme, a echar raíces. Siempre note que a donde fuera solo bastaba asomar la nariz para enredar las cosas. Lo que pintaba como idilio al tiempo devenía en descolote. A pesar de todo pronto aprendía el arte de las calles secundarias, de las compras a horas inverosímiles, del regateo en bares sempiternos. Como fuese, al notar que el nómada adquiría facciones de jardinero, decidí tomar cartas en el asunto. Entonces se me ocurrió sentar en el banquillo al culpable, que por supuesto decidí no ser yo. Esta vez no me arruinaras el alunizaje, me dije. Atribuí tanta inquietud deslenguada, tanta pasión desfachatada, tanta pirueta suicida a la idea de un ser que dada las circunstancias me poseía, tomaba el mando calzando mis huesos como un guante. Y así fue, sentados este doble yo y yo entorno a unos descafeinados humeantes nos dimos a la charla imaginaria. Lo que al principio se dibujo como monologo pronto fue exhibiendo tintes de animada plática. El fantasma me contó como se había deslizado dentro de mi pellejo durante un episodio de extrema enfermedad en el transcurso de mi niñez. Al calor de una amistad largo tiempo intuida pero nunca confesada, entendí la tragedia del invisible. Resignado a transitar la galería como espectador del juego de otra vida, de tanto en tanto se permitía algunas licencias, irrumpiendo con fanatismo infantil, en los acontecimientos que legítimamente me correspondían. Le pregunte al traslucido, queriendo consolarlo, ¿Qué opinas, hacemos un trato?. Yo pido una vida sin demasiados exabruptos, le dije, retomar la rienda y el carruaje. El pidió un nombre y ser escuchado. Compartir la brisa que entorna los ojos, la miel del mosto, la dulzura del labiomujer. Cerramos el pacto con risotadas y lagrimones. Al tiempo de disolverse en la bruma ficticia, advirtió que el nuevo nombre seria una sorpresa y llegaría de improviso sin permiso y sin avisar. Yo comprometí cogerlo al vuelo y hacerlo mió. Los tiempos que siguieron fueron prósperos, tamizados de relax. Descubrí el oficio de panadero, por primera vez el árbol tenia fruto y raíz. Para ese entonces ya había amasado una receta que me hacia sentir bien. Me dio en llamarle Pan Brano, puesto que Brano ya era un nombre que revoloteaba en mi cabeza. Y de hogaza en hogaza el Brano comenzó por bailar en el mundo. Supongo que el translucido estaba feliz puesto que en su silencio deslizaba, solo unas cuantas palabras que yo jugaba a interpretar. De todas ellas una causo un jalón en mi atención: “esperanto”. Al bucear supe que era un idioma fallido compuesto de retazos de muchas otras lenguas. En un diccionario de esperanto incrustado en algún lejano rincón de la red pude leer con sorpresa: Brano: Salvado de trigo / Branpano: Pan Integral. Decidí entonces que era una bella formula para encarar el mundo “me entrego luego existo”.

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